Capítulo I
Malestar en las bases
Seguros de nuestra propia fuerza y razón, durante la tiranía militar, aun en sus períodos más sombríos, la reconquista del poder nos parecía próxima e inexorable. A nueve años del golpe imperialista (de 1955) ese optimismo ingenuo ha cedido su lugar a otra actitud más realista y re-flexiva, aunque siempre poseída del optimismo.
El origen del descontento no es por lo tanto la violencia del régimen, son las sospechas sobre la aptitud del Movimiento para doblegarlo. Los pre-sos, los torturados, los muertos, las innumerables jornadas de combate, testimonian nuestro coraje ante la adversidad: también despiertan in-terrogantes sobre si no estaremos malogrando tanto sacrificio.
Hay muchos de nuestros compañeros que relegan esas inquietantes in-tuiciones, resistiéndose a admitir el deterioro de las viejas certidumbres. Otros se tranquilizan oponiendo la convicción de que, pese a todos los obstáculos, a la larga el pueblo vencerá. Pero este fatalismo optimista no es más que otra forma de autoengaño: nuestros compromisos son con esta época, sin que podamos excusarnos transfiriéndolos a genera-ciones que actuarán en un impreciso futuro.
La historia no es nítida ni lineal ni simple, la Argentina de hoy es un ejemplo de sus complicaciones y ambigüedades.
La presencia del peronismo impide que las clases dominantes gocen tranquilamente de sus privilegios usurpados: es por sí misma, la prue-ba de la decrepitud del régimen, de su ineficacia para resolver los pro-blemas del país (nota: aunque habría que considerar sus formas de pro-longación y reciclamiento para mantenerse).
La inquietud prevaleciente responde a la impresión de que nuestros ob-jetivos finales se hallan en una brumosa lejanía, que nuestros esfuerzos cotidianos no parecen acortar.
Dicho de otra manera: entre los anhelos de tomar el poder y los episo-dios de nuestra lucha, no se ve la relación de una estrategia que avance hacia los objetivos últimos. Se organiza lo táctico, pero sin integrarlo en
una política que, por arduo que sea el camino que señale, presente la revolución como factible, como meta hacia la cual marchamos. No más que eso necesitan las masas, pero no con menos se conformarán.
Lo importante es destacar que allí está el origen de ese temor a no en-contrar respuestas revolucionarias a los desafíos contemporáneos.
Las clases gobernantes no pueden ya aspirar a nada más que al mante-nimiento del equilibrio. Salvo las fluctuaciones secundarias entre fases de máxima tensión y fases de relativa calma social, permanecerán en la situación óptima mientras esta paridad no se rompa. El peronismo, co-mo agrupación mayoritaria, necesita alterarla. Mientras no encuentre la política que lleve a conseguirlo, prorroga la vigencia del régimen, y si-multáneamente se debilita internamente.
Tiene ante sí una opción entre dos líneas de conducta. Puede mantener la actual, confiando en que de alguna manera imprevista llegará al po-der y se iniciará así el milenio peronista, concepción burocrática. O puede plantear la cuestión a la inversa: comprender que el futuro del Movimiento no está en acertar una tómbola, sino en movilizar al pueblo en una política revolucionaria. La casualidad que nos regale el gobierno y nos garantice el futuro no se dará. Lo que sí podemos hacer es enca-rar los cambios internos de fondo que nos pongan en condiciones de aspirar al poder.
La crisis del Régimen y la crisis del Movimiento Peronista
Todos coincidían en que la causa originaria de la crisis fue el gobierno peronista. El que las penurias justamente comenzaran con la restaura-ción de 1955 no pasa según ellos de mera casualidad. También es “ca-sualidad” que después de nueve años de una política que es la antítesis de la que habría provocado la crisis, ésta sigue a toda marcha. Pero desde todas las tribunas se nos suministra una explicación que absuel-ve nuevamente al régimen con irrefutable rigor lógico: lo que impide sa-car al país del pantano son las maquinaciones de una formidable aso-ciación ilícita, que integran Perón, Fidel Castro, “los que sueñan con un retorno imposible” y Mao Tse Tung, además de una caterva de agentes del “comunismo internacional” que nadie ha visto nunca, pero que se nos dice que está por todas partes haciendo maldades a full time.
Sobre la caracterización de la crisis hay una amplia variedad de versio-nes: es crisis moral, o crisis de la cultura, o crisis del desarrollo, o crisis de jerarquías, etc.... Hay quienes ven el fin de sus privilegios como si
fuese el fin de la comunidad: confunden el no-ser burgués con el no-ser de la Nación.
Por nuestras virtudes hemos podido agudizar las contradicciones inter-nas de los sectores gobernantes, impedir muchos de sus abusos, evitar la institucionalización del despojo y el semicoloniaje. Por nuestras ca-rencias no hemos logrado impedir que el régimen siga manteniendo in-tacta la superioridad en fuerza material que le permite subsistir, osci-lando entre la dictadura desnuda y la dictadura encubierta, tras las formas rituales de la democracia minoritaria. A su propia anarquía e incoherencia hemos opuesto nuestras propias indecisiones, nuestra in-vertebración teórica y operativa.
El pueblo se niega a aceptar el viejo juego político en que sólo participa-ba por procuración, y por medio del Movimiento ha hecho imposible el reestablecimiento de ese anacronismo, salvo como aparato desprovisto de todo vestigio de representatividad. No ha logrado en cambio dotar a esa vocación de poder de una práctica eficaz. La resistencia no es sufi-ciente: sin contraataque no hay victoria.
El Movimiento exige una política en que se conjuguen las ideas, la práctica y la organización revolucionaria, en que la búsqueda de los ob-jetivos finales se armonice y complemente con las variantes tácticas y operativas capaces de dar respuesta a cada coyuntura.
Cada vez que se nos cierran los caminos de la semilegalidad, la buro-cracia declara la guerra. Pero nada más. Ésta queda librada a la espon-taneidad de sacrificados activistas que oponen una violencia inorgánica, inconexa e insuficiente, frente al potencial y a la técnica siempre en aumento de los órganos represivos oligárquicos imperialistas. Esta va-cancia de conducción dura hasta que viene un nuevo período de solu-ciones negociadas. Entonces, los que estuvieron en la retaguardia du-rante el combate, pasan a ser la vanguardia en los trámites de la tregua y capitalizan la abnegación de las bases en la mesa de arena de los acuerdismos.
En el escenario político del país, la diferencia entre los partidos tradi-cionales y el peronismo es neta, tajante, evidente por si misma. Esto explica que nos proscriban, no pertenecemos al mismo sistema. Pero las estructuras del movimiento no reflejan esa contradicción irresoluble, sino que ésta reaparece internamente.
Tenemos por un lado el peronismo rebelde, amenazante para los privilegios, y por otra parte, aparatos de dirección en los que predomina una visión burguesa, reformista, burocrática, en lugar de la visión revolucionaria que corresponde a la realidad objetiva del papel que cumple el peronismo en la vida nacional
(nota: en la vida partidaria, el pejotismo liberal ocupó el lugar contra el peronismo revolucionario).
(nota: en la vida partidaria, el pejotismo liberal ocupó el lugar contra el peronismo revolucionario).
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