Capítulo III
La brisa de la historia
La política de neutralidad del gobierno militar rompía la unidad conti-nental que Estados Unidos buscaba para su política de guerra (Segunda Guerra Mundial). El Departamento de Estado apeló a todos los recursos para forzarlo a cambiar de línea o provocar su derrocamiento: retiro de los embajadores latinoamericanos, inglés y norteamericano, congela-miento de nuestras reservas de oro en Estados Unidos, prohibición a sus barcos de tocar puertos argentinos, restricción de sus exportaciones con destino a nuestro país, etc. Recién en 1945, cuando la suerte del conflicto mundial estaba decidida, la Argentina rompió relaciones con el Eje, pero sin unirse al rebaño de las restantes repúblicas americanas conducidas por los yanquis.
Los partidos, la prensa y los intelectuales, movidos por el imperialismo, apoyaban al embajador yanqui Spruille Braden, quien actuaba públicamente en la vida política argentina, fogoneando la renuncia y detención de Perón.
Pero los trabajadores ya no consintieron esa nueva vergüenza: todo el país quedó paralizado por una huelga general, y las multitudes mar-chan hacia Plaza de Mayo donde exigen la libertad de Perón y su vuelta al poder.
Scalabrini Ortiz ha dejado una inolvidable descripción de esas jornadas. De ahí extraemos algunos párrafos que captan su vivencia: “Un pujante palpitar sacudía la entrada de la ciudad. Un hálito áspero crecía en densas vaharadas, mientras las multitudes continuaban llegando. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacharita y Villa Crespo, de las manufacturas y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en un mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, la hilandera y el peón. Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la nación que asomaba, aglutinados por una misma verdad que una sola palabra traducía: Perón”.
El milagro aritmético
La oligarquía había temblado ante la invasión de los descamisados. Las explicaciones auto tranquilizadoras le devolvieron la calma que se transformó en euforia cuando, de inmediato, el gobierno convocó a elecciones para cuatro meses más tarde: allí obtendría el triunfo que se le acababa de escapar de las manos y castigaría la escoria responsable del fracaso.
El Régimen al que había referido Yrigoyen se había reconstituido, esta vez con el radicalismo como participante principal. El acercamiento de los partidos respondió, como hemos visto, a una serie de motivos: el belicismo los llevó a desarrollar actividades conjuntas, y desde junio de 1943 habían desaparecido las causas del antagonismo –fraude, lucha por el gobierno- y todo contribuía a unirlos, incluso la desgracia común. Ante la ola desconocida que traía un candidato “de afuera”, no perteneciente al selecto club democrático-representativo, se constituyó la Unión Democrática.
Mirada desde el ángulo tradicional, la Unión Democrática era una aplanadora: estaban todos los partidos que tenía el país, es decir, todos los votos. Los analistas procedían con criterio realista y admitían que de ese inmenso montón de sufragios había que descontar unos puñaditos de gente votaría al candidato “imposible”, algunos obreros sin conciencia que se habían dejado engañar por el demagogo, los sectorcitos que
Seguirían a los radicales de la Junta Renovadora, los totalitarios, claro está, y por fin ciertos elementos de la población, como ser vagos, ladronzuelos, punguistas, borrachos, malevos.... En suma, una ínfima minoría de estúpidos y antisociales, y por consiguiente, lo único que tenía interés era el escrutinio de las listas de diputados para ver como estaría compuesto el Parlamento que acompañaría al gobierno de Tamborín-Mosca.
Para mayor garantía, el imperialismo yanqui no dejaba de ayudar a sus amigos. Poco antes, la Junta de Exiliados Políticos Argentinos se había dirigido a las Naciones Unidas pidiendo la solidaridad del continente contra nuestro gobierno, en un documento que llevaba la firma de los partidos Socialistas, Demócrata Progresista, Radical, Demócrata Nacional (conservador) y Comunista. Braden había dejado la embajada, ascendido al cargo de Subsecretario de Estado para Asuntos Latinoamericanos y desde allí trataba de obtener el asentimiento para los que desde aquí pedían “la intervención militar en la Argentina”. En noviembre de 1945, el canciller uruguayo, Rodríguez Larreta, le da estado diplomático a la tesis y emite la Doctrina de Intervención Multilateral, propiciando la intervención colectiva del hemisferio para restablecer la democracia en nuestro país, recibiendo la respuesta que merecía de nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores.
Faltando pocos días para las elecciones, el Departamento de Estado norteamericano publicó el Libro Azul, donde se repetían las habituales acusaciones y se daban “pruebas” de que Perón y sus colaboradores eran agentes nazis. Nuestro gobierno las desmintió con el Libro Azul y Blanco, haciendo enérgicas consideraciones sobre la intromisión norteamericana en los asuntos internos de la Argentina.
No hay necesidad de explicar cómo fue que perdieron todos los partidos, con toda la prensa y el dinero, con las omnipotentes embajadas de las democracias victoriosas, con los estudiantes, profesionales e intelectuales, con los caudillos grandes y chicos de todo el país.
Ese golpe fue cruel para todos ellos. Muy especialmente para el radica-lismo, que de ser una inmensa mayoría, se encontró ante la sorpresa de que no podía ganar ni con el aporte de todos los partidos juntos. Sus frases seguían siendo las mismas, los propósitos que venían enuncian-do no habían cambiado, ni tampoco la comunicación inmaterial con las masas de Alem, Yrigoyen y Alvear. Sin embargo ese pueblo que durante trece años de fraude había querido votarlos, ahora que tenían la oportunidad de hacerlo en comicios libres, les volvía la espalda para seguir a un recién llegado.
Ellos se veían a sí mismos de una manera: la imagen era falsa y el pue-blo los contemplaba tal como eran.
La UCR, como todo partido “serio”, excluyó de su léxico la palabra “imperialismo” justo cuando el hombre de la calle estaba adquiriendo con-ciencia de su peligrosidad.
El caso que venimos analizando deja una primera lección: no hay que encerrarse en cuevas ideológicas, porque afuera pueden estar sucedien-do cosas importantes, y uno enterarse demasiado tarde o no enterarse nunca.
El Partido Comunista, que se auto titulaba “vanguardia del proletaria-do”, se desempeñó como vanguardia de la oligarquía. De lo que se han valido los antiliberales reaccionarios para desacreditar al marxismo, que parecería conducir sistemáticamente a las mismas posiciones que el liberalismo. Lo cual es falso. Primero, porque el marxismo no es una doctrina que de respuesta automáticamente a cada situación, es un método para conocer la realidad social y guiar las actividades tendientes a cambiarla. Según cómo se lo utilice se llegará o no a interpretaciones y a líneas de acción concretas. Y segundo, porque lo que ha caracterizado siempre al PC Argentino es, precisamente, el no aplicar la teoría que invocan.
Tienen una concepción del país que proviene, en parte, de asimilarlo a modelos históricos que no se adecuan a nuestro país y, en parte, de la mitología mitrista. Y una política consistente en adaptarse mecánica-mente a la política de la URSS. El marxismo sirve para justificar literalmente esa suma de irrealidades.
Así, de la táctica de los “frentes populares”, cuando se firmó en 1939 el pacto ruso-germano, va a defender la neutralidad y denunciar como sirvientes del imperialismo a los que intentaban meternos en la guerra. Pero cuando la URSS fue arrastrada a la contienda, los “imperialismos” pasaron a ser “democracias”, los neutralistas fueron declarados “nazis”, y los cipayos pasaron a ser la esperanza de la Patria, no abandonaron el frentismo, que es su técnica permanente, pero ya no se buscó el “frente nacional anti guerrero” sino otro para incorporar a nuestro país en el frente único de los pueblos en guerra con el “nazi fascismo”.
Era un nazi fascismo tan raro que había levantado la intervención de las universidades, dado legalidad al Partido Comunista después de 15 años de proscripción, permitía la libertad de prensa más desenfrenada, y celebró las elecciones más limpias de toda nuestra historia, como lo reconocieron los partidos opositores.
Ningún integrante de la Unión Democrática creyó que pudiera triunfar el coronel Perón. El 17 de octubre había sido un misterio “policial”: el 23 de febrero (elecciones) fue un misterio aritmético.
Algunos dijeron después, para prestigiarse como zahoríes, que se la vie-ron venir: no es cierto, eso estaba fuera de toda lógica que ellos pudieran desarrollar. Por lo general, hasta el día de hoy siguen sin enterarse de lo que pasó. En el subconsciente les baila la hipótesis de que es cosa de magia negra.
1945-1965: Citación nacional y actuación revolucionaria de las masas
En el año 1945, los bárbaros invadieron el reducto de la democracia para esquistos, distorsionaron todas las relaciones sociales, desmonta-ron los cómodos engranajes del comercio ultramarino y para colmo, se mofaron de las estatuas y cenotafios con que la oligarquía gusta perpetuarse en el mármol y en el bronce.
El 17 de octubre era algo tan nuevo, que rápidamente lo redujeron a su verdadero valor: era una especie de congregación de papanatas, delincuentes, o como decían los cultos de la izquierda oficial, lumpen proletariado, arriados por la policía en una especie de carnaval siniestro. Lógicamente el 24 de febrero, cuando se reunieron todos los partidos políticos, los que tenían todos los votos, el candidato imposible como llamaban a Perón, no tenía otra perspectiva que la de conseguir algunos votos de esos elementos marginados.
La verdad es que los dueños de todos los votos perdieron. En lugar de unos pocos sufragios de la canalla, la canalla sacó más sufragios que todos los partidos juntos desde la izquierda a la derecha.
Inmediatamente los teóricos buscaron explicación y lo plantearon como un episodio de la lucha de nazis y antinazis dentro de su característica habitual de trasladar a escala nacional los problemas universales. Pero por detrás de todas esas explicaciones, en el fondo del subconsciente les baila la hipótesis de que había sido cuestión de magia negra.
Pero en todo esto había algo más que mala fe, había la incapacidad de la clase dirigente argentina para comprender un fenómeno que no cabía dentro de las formas conceptuales del liberalismo tradicional.
Ese ostracismo de las clases dirigentes debió haber sido definitivo. So-lamente duró 10 años, y sobre el perjurio de algunas espadas se restableció el régimen y resolvió aplicar sus tesis. Los juristas de almas hela-
das inventaban decretos de desnazificación y crearon maravillas de la juricidad como el 4161 famoso, mientras los intelectuales inventaban teorías que iban, desde la tesis de que constituíamos una acumulación multitudinaria de abribocas encandilados por métodos de propaganda totalitaria, hasta la distinción sociológica entre masa y pueblo, la masa como algo informe, innoble, indiferenciada; y el pueblo, para decir una palabra, constituido por gente que votaba al radicalismo, a los conservadores o a los socialistas. Hasta monseñor Plaza, el conocido clérigo financista del Banco Popular, anunció que la epidemia de poliomielitis que padecían los niños argentinos era el castigo de Dios por el extravío del peronismo.
Nosotros dijimos: soberanía política, independencia económica y justicia social. Pero si para esos objetivos aplicamos métodos que eran adecua-dos a una realidad de hace 20 años, la inoperancia de los métodos des-virtúa y desmiente la fidelidad a los objetivos. Esa manera burocrática de conseguir las cosas, no es ortodoxia peronista, es apenas oficialismo peronista. Una teoría política que refiere a una realidad debe cambiar con esa realidad. Le reprochábamos casualmente a la ideología liberal que las ideas eran universales y tanto valían para EEUU, África o Francia, y que tanto valían en la época ascendente de la burguesía como en la época de la expansión imperialista sobre las zonas subdesarrolladas de la tierra y lo que nosotros negamos en 1945, lo que negamos de toda esa superestructura ideológica implantada sobre una triste realidad del país, así como negamos los mitos de la historiografía mitrista y a los presupuestos de la Constitución de 1853.
De la misma manera, para ser fieles con esa negativa y toda Revolución, debe ser primero rechazo si después quiere ser afirmación, fieles a esa negativa debemos también cuestionar dentro de nuestro bagaje ideológico todo aquello ya perimido por el tiempo, por los hechos y por el fluir de la historia nacional e internacional.
Moreno, Dorrego o Rosas... han merecido nuestra admiración y nos sentimos identificados con ellos en cuanto a defensores de la soberanía, en cuanto a actores de la lucha independentista. A nadie se le ocurriría, sin embargo, ir a repetir el plan de ninguno de ellos. Pero en ese tiempo histórico presente de las revoluciones de los pueblos y los levantamientos de los continentes, tanto da estar atrasados 20 años como estarlo 100 o 140.
Nosotros postulamos la defensa y la continuidad de la tradición. El pensamiento conservador es partidario del tradicionalismo, es decir, de la fijación de categorías que alguna vez fueron. La época de la montonera
no era para ellos la dinámica de las luchas de las masas argentinas en sus etapas de ascenso, sino que es el reflejo, la época de oro para una utópica restauración del fijismo de la estancia rosista.
Por eso, en el año 45, a pesar de la crítica que hizo el nacionalismo de derecha al régimen liberal y la historiografía mitrista, pronto nuestros caminos nos separaron, porque donde ellos todavía soñaban con la vuelta a la tierra, y se veían caudillos de gauchos sometidos a la elite de la aristocracia de la que formaban parte, nosotros veíamos el gaucho de carne y hueso transformado en cabecita negra, obrero y que buscaba conducción sindical, orientación para sus luchas, conquistas políticas, líderes de las masas.
Hay miles y miles de hombres que sólo conocieron la derrota, pero lo que no conocieron fue el deshonor.
En el año 1945 Perón planteó perfectamente el problema nacional. Acá hay una frase clave y que él de una manera o de otra la ha repetido siempre: “Cien años de explotación interna e internacional han creado un fuerte sentimiento libertario en el espíritu de las masas populares”.
La izquierda inclusive no la entendió. Posiblemente si Perón en vez de decir esa frase tan sencilla hubiese dicho: La dialéctica de la lucha de clases internas, en relación con la liberación de los pueblos semicoloniales en la época de la expansión financiera del imperialismo, se con-juga en una unidad dialéctica dentro de las coordenadas de la economía y de la historia mundial… Si lo hubiese dicho así, de esa forma, la izquierda tal vez lo hubiese reconocido como un hombre genial.
La lucha de clases estaba agudizada, pero el régimen peronista seguía planteando el problema del país, como si todavía existiese el frente poli-clasista antimperialista del año 1945, con Perón como General en Jefe, y ese frente ya estaba desintegrado. La parte marginal de ciertos sectores de la burguesía media y alta se fueron retirando rápidamente, los sectores de la pequeña burguesía, algunos movilizados por el problema religioso, otros por diversos factores coyunturales, expuestos como están a los factores propagandísticos de la burguesía, rápidamente abandonaron este frente popular, y entonces, así se explica no solamente la caída del peronismo, sino la forma en que cayó, porque la única fuerza real con que contaba el peronismo a esa altura de los acontecimientos era la clase obrera.
No es insólito que esto ocurra, lo insólito es que si bien el general Luce-ro es lógico que creyera en la palabra de honor de sus camaradas, qué diablos tenía que depender la fuerza de la clase trabajadora de la palabra de honor de ningún militar, si la única fuerza real con que contaba eran sus propios puños y su propia fuerza. Y aunque el peronismo no era un régimen del proletariado, tampoco era la dictadura de la burguesía.
Sin embargo había un lugar donde pudo haberse planteado todo eso, eso era el partido, pero lo que ocurre es que también el partido y la ad-ministración y gran parte del sindicalismo sufrieron un proceso de burocratización, y ahí donde debía haber sido el campo de desarrollo ideológico se transformó en una esclerotizada estructura burocrática don-de cualquier recomendado por el mismo podía ir de gerente de una empresa, como interventor del partido. Se identificaron las tareas administrativas con las tareas políticas y lógicamente en estos casos se produce una cierta degeneración: cualquier burócrata firma un decreto y cree que ha contribuido a la grandeza de la nación, dice tres palabras de obsecuentes y cree que es artífice del triunfo peronista, murmura una arenga patriótica y cree que la República le está en deuda.
El mal proceso de selección determinó que ante esa coyuntura a que me estoy refiriendo, el salto cualitativo no podía ser tomado como medida técnica, debía haber sido tomado desde el punto de vista de la media política.
Se produce en consecuencia un enfrentamiento con una tremenda coa-lición interna e internacional, en la que el peronismo actuaba como si contase, como en el caso de un general que creyese que tiene determinadas divisiones que están en el campo adversario y no en el campo de él, y todos los lamentos póstumos sobre las milicias obreras, para mí son simples especulaciones fantasiosas. Porque no se puede armar la clase trabajadora para que defiende a su régimen y al otro día decirle: Bueno m‟hijo, devuelva las armas y vaya a producir plusvalía para el patrón.
La milicia obrera y la defensa del régimen implicaba los cambios socia-les. Cuando se quiso formar ya era tarde, porque el régimen se vio entre la contradicción de que el paso de su respaldo militar a un respaldo compartido por la clase obrera armada, hubiese significado perder ese aparato militar, y en ese desajuste hubiese caído irreversiblemente.
El régimen fue vendido el 16 de julio, porque casualmente cuando Perón proclamó que era el presidente de todos los argentinos, en ese momento no era más el presidente de la clase obrera, nadie más lo re-conocía. Entonces, siguió pidiendo la pacificación como la había pedido en el ‟52, creyendo que le acababan de dar el último golpe a lo contrarrevolucionario, y lo que acababan de dar era el primero, un golpe prematuro de una coalición de fuerzas que seguía inconmovible.
(...) Se podría seguir todo el tiempo con esta clase de cosas. El senador Fassi dice que la URSS es fascista y que el régimen de Fidel Castro es imperialista, y podría acumular así disparates constantemente.
Es un problema mucho más serio, eso no depende de Illia ni de Ongan-ía ni de nadie. Depende de determinadas estructuras que no pueden permitir el acceso del peronismo, y que cuando lo permitan será porque el peronismo no será la expresión política de los trabajadores.
Todo lo demás pertenece al mundo de la magia, al mundo del milagrerismo, en el fondo se reduce a lo siguiente: que se arme un bochinche y pase no se sabe qué y como consecuencia de eso aparezcamos no sé cómo en el gobierno sin darse cuenta de que el hecho que yo diga que el régimen está en crisis, en descomposición, no significa que el régimen cae, porque solo no va a caer, hay que voltearlo, porque una situación histórica así puede durar cualquier cantidad de años.
Cualquiera que hayan sido los factores que hayan intervenido, que en todas partes no fueron los mismos, el hecho concreto es que en el momento, para lo que yo llamo una alta conducción burocrática, de plantearse el problema de su mito, lo que había que plantear llenándolo de su verdadero significado y no como hacen con Perón, que es como Sócrates, que le dan la interpretación que quieren, entonces todos pro-claman una adhesión abstracta que parece que es la más obsecuente y el máximo de fidelidad y la verdad es que es la mayor falta de respeto.
En el fondo todo radica en lo mismo, como en el año 1945 el pueblo y las fuerzas armadas marcharon juntos en una etapa de la historia, una vez que se despejen los malentendidos que siembran los malvados, nos volveremos a juntar -¡nunca más nos volveremos a juntar!-.
En primer lugar porque en 1945 eso de pueblo y ejército fue una verdad a medias. Al fin y al cabo el 9 de octubre a Perón lo echó el Ejército. Lo que pasa es que como en aquel entonces el balance, el equilibrio de fuerzas internas de las FFAA era muy parejo, la irrupción del movimiento de masas fue suficiente para volcar de nuevo la balanza a favor de Perón. Pero ese ejército ya lo perdimos. Porque ese nos acompañaba en el industrialismo, en la lucha antimperialista, en una serie de cosas, pero no en el contenido social ni en el avance social que representaba, no en la subversión de las jerarquías. Por eso que mientras unos se levantaron contra el peronismo en septiembre, otros pelearon con bastan-te desgano y esto corresponde sí a un estado de espíritu, a un estado de conciencia, pero siquiera esos estaban formados en un cierto repertorio mínimo de ideas nacionalistas.
Por otra parte, cuando nos disolvamos como peronistas, si es que nos disolvemos como peronismo, es porque otra fuerza representará el papel revolucionario que representa en este momento al peronismo.
La revolución social entonces no es un orden ideal fijado porque nosotros lo consideramos que es el que preferimos con respecto a otro, es una necesidad técnica, como necesidad económica y como necesidad del país para realizarse como integridad nacional, es una tarea nacional postergada, exige ese pre-requisito de la revolución social, así que cuando nosotros decimos el régimen burgués no da más, estamos diciendo no una preferencia, porque aunque el régimen burgués fuera capaz de desarrollarse yo igual estaría en contra, pero al mismo tiempo eso no quitaría que pudiese el país recorrer etapas dentro de él. Pero ahora lo que yo opine o no opine no tiene importancia, lo que tiene importancia es si los análisis son correctos y si los análisis tal como yo los he planteado son exactos. Entonces hay que replantearse una nueva visión del país, una correspondencia entre las luchas del pueblo que son sacrificadas, que son abnegadas y que ya vienen desde hace 10 años, y una estrategia de poder. A nadie se le pide que nos ponga en el poder mañana ni pasado.
Se les pide que nos encaminemos al poder, que no nos encaminemos a la disgregación, que no nos encaminemos a la esterilidad histórica.
Lógicamente como yo hago estas críticas, comprendo que puedan hacer otras, pero siempre desde la lucha. La primera condición para criticar el combate, es estar en el combate.
Estamos en un equilibrio: el régimen que no tiene fuerza para institucionalizarse pero sí para mantenerse mientras el peronismo y la masa popular y otras fuerzas tiene suficiente potencia para no dejarse institucionalizar, pero no para cambiarlo. ¿Quién tiene que romper ese equilibrio? Nosotros; a la burguesía con durar le basta.
Diciembre de 1964
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